
La fortaleza perteneció entre los siglos X-XIII a los Arberoure, y posteriormente a los Beamunt (siglo XV), para llegar por herencia a manos del que fuera el rey navarro Enrique de Albret, en el siglo XVI.
Aunque en estado deporable, todavía guarda los encantos de sus orígenes: la entrada con arco ojival, el foso y la torre son un claro ejemplo.