
Ante un circo de hayas, robles y encinas, el riachuelo se zambulle en el vacío, un vacío que la vista no alcanza a poner fin si el espectador observa el salto desde el mirador habilitado para tal fin a un lado de la cascada.
Aunque más peligrosa, es mejor la panorámica que ofrecen los miradores naturales ubicados enfrente del artificial: el sendero parte después de cruzar las vías del tren y a los pocos metros ya se encuentra al borde del precipicio.
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