jueves, 1 de abril de 2010

El nacimiento del río Nervión

En el ficticio límite geográfico entre Bizkaia y Araba tiene su asiento uno de los más impresionantes monumentos naturales de Euskal Herria. Allí, el Nervión, a fuerza de paciencia y milenios, ha conseguido horadar en plena roca parte de su leyenda, con la que nada más nacer se arropará y ya no dejará hasta su desembocadura. Los senderos que al poco de salir del pueblo de Delika parten por el cañón del mismo nombre son uno de los accesos más recurrentes a la hora de llegar hasta el mismo pie de la cascada del Nervión.
Saliendo a pie desde el merendero que existe a la vera del río, se transita por una senda paralela al cauce hasta llegar a una pista forestal, donde aparece, sin previo aviso, el primero de los numerosos saltos de agua que encontraremos en el recorrido. La pequeña presa natural retiene y provoca al agua, haciendo que ésta juguetee en el lecho y busque de forma anárquica su salida por un sinfín de pequeños toboganes y aliviaderos.
Poco más arriba de este aperitivo se alza un macizo puente de piedra que abraza las dos orillas y permite cambiar de pasto al ganado; bajo él, el Nervión pasea su joven bravura bajo la arcada. Se cruza a la otra orilla y se sigue por la pista forestal hasta que ésta termina o deriva en una simple senda. Durante el paseo, el valle, amplio y de jugosos prados, muta de tonos verdes a grisáceos y los paredones entre los que corre el cañón del Nervión se aproximan, creando una brumosa atmósfera que ambienta el sendero.
Cientos de graciosos manantiales en los que se arremolinan los musgos alegran el trayecto y permiten hacer pequeños recesos durante la marcha. Los caminillos a veces se difuminan entre el bosque, y es preciso descifrar el paso más lógico durante unos momentos hasta que vuelvan a surgir para continuar avanzando. A un lado y otro del río, de las mismas paredes, como lechuzas de sus nidos, surgen pequeñas cascadas que se precipitan sin miedo por las pendientes.
En verano, el trayecto hasta el final del cañón puede hacerse por el mismo cauce, sorteando las piedras e intentando esquivar las aguas del Nervión, en esa época convertido en un simple arroyo; pero en las primeras semanas de la primavera, cuando todavía resisten las nieves al abrigo de los sombrajos, el río baja demasiado crecido y poderoso, y vadearlo resulta imposible. Es más recomendable seguir las sendas ladera arriba, aunque a veces se transite con dificultad.
Poco a poco el congosto se estrecha y ya se deja ver al final el imponente circo calcáreo por el que se despeñan las aguas. Cuando el cauce se empieza a hacer transitable, se desciende al lecho del río y se sigue avanzado con cuidado por él hasta llegar hasta la misma base de la catarata, donde unas enormes piedras franquean el camino y entorpecen el avance.
Desde ahí, la vista se pierde intentando encontrar la salida a la enorme tapia y se divisa la cola de caballo que dibuja el Nervión en sus casi 300 metros de caída, nebulizando sus aguas y creando una cortina blanca que preside este altar natural de piedra, agua y tiempo.

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