Tal y como manda la tradición, el alcalde Laudio y el de Arrankudiaga se volvieron a encontrar ayer en las campas de Santa Ana para cumplir con un rito que, desde hace más de doscientos años, se repite cada 26 de julio: visitar y revisar el estado del mojón que supone el límite entre estos dos términos municipales.
El simbólico acto rememora el pleito que, desde el siglo XVIII, mantuvieron las dos localidades fronterizas en defensa de sus límites territoriales. Acabados los conflictos y con las heridas ya cicatrizadas, el evento es ahora motivo de fiesta y ejemplo de las buenas relaciones que desde hace años existen entre los dos municipios y administraciones locales.
Este ancestral ritual se representa en las campas de Santa Ana, ubicadas algo más arriba del frontón laudioarra del barrio de Areta, y que se encuentra divididas en dos partes por una piedra de forma trapezoidal. Este es precisamente el mojón que marca la frontera jurisdiccional entre la localidad vizcaína de Arrankudiaga y el barrio laudioarra de Areta, ya en el territorio histórico de Araba.
El interés por conseguir la propiedad del terreno fue, siglos atrás, motivo de luchas y batallas entre las dos localidades. El conflicto se cerró en 1751, año en que la Real Chancillería de Valladolid decretó el reparto de las campas de Santa Ana. Ese amojonamiento aún sigue vigente y la piedra continúa en ese lugar para que las futuras generaciones no olviden sus orígenes.
El simbólico acto rememora el pleito que, desde el siglo XVIII, mantuvieron las dos localidades fronterizas en defensa de sus límites territoriales. Acabados los conflictos y con las heridas ya cicatrizadas, el evento es ahora motivo de fiesta y ejemplo de las buenas relaciones que desde hace años existen entre los dos municipios y administraciones locales.
Este ancestral ritual se representa en las campas de Santa Ana, ubicadas algo más arriba del frontón laudioarra del barrio de Areta, y que se encuentra divididas en dos partes por una piedra de forma trapezoidal. Este es precisamente el mojón que marca la frontera jurisdiccional entre la localidad vizcaína de Arrankudiaga y el barrio laudioarra de Areta, ya en el territorio histórico de Araba.
El interés por conseguir la propiedad del terreno fue, siglos atrás, motivo de luchas y batallas entre las dos localidades. El conflicto se cerró en 1751, año en que la Real Chancillería de Valladolid decretó el reparto de las campas de Santa Ana. Ese amojonamiento aún sigue vigente y la piedra continúa en ese lugar para que las futuras generaciones no olviden sus orígenes.
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