miércoles, 28 de abril de 2010

La cresta de Leungana

El Leungana cierra el macizo de Legarmendi por el Este y se constituye en su principal altura, la única de todo este complejo kárstico que supera los mil metros. Esta situación de predominio lo convierte en un mirador inmejorable, tanto al sistema al que pertenece como a los montes de Durangaldea, a los que se asoma desde su ubicación aventajada, justo encima de Mañaria. Por el Sur es el pequeño y remoto núcleo rural de Oba (Dima) el inicio habitual de la excursión, aunque Baltzola y Artaun, en el mismo valle, pueden servir como punto de partida al precio de una aproximación un poco más larga.
Frente a las escuelas y la iglesia de San Juan Bautista de Oba, una carretera remonta hasta el caserío Artabilla. Justo delante de él nace una pista que sube hasta un cruce cercano, junto a un depósito de aguas. Cualquiera de los dos viales lleva a nuestro objetivo, el collado de Iñungane. Sin embargo, el recorrido que hace el camino de la izquierda es, aunque algo más largo, mucho más agradecido y con mejores vistas, así que por él continuamos. El otro ramal lo dejaremos para el descenso.
La pista asciende entre pinos con ganas y, justo antes de un tramo cementado, junto a un poste de luz, seguimos un desvío a la izquierda. Esta nueva pista nos llevará, más arriba y tras desechar el desvío al cercano caserío Belen, hasta el viejo camino carretil que atraviesa todo el valle de Este a Oeste, entre Ataun y el collado de Iñungane, y llega a Mañaria. Una vez en el camino, al que accedemos tras sortear una valla, continuaremos por él hacia la derecha.
Esta antigua vía, ahora ya en desuso como lo evidencia su pésimo estado en algunos tramos, discurre por la base del roquedo, donde destaca la aguja Obako Atxa. Va ganado altura entre pinares, zonas más despejadas, trechos herbosos y otros más embarrados. Un último repecho nos deposita en el amplio collado de Iñungane, un gran cruce de caminos profusamente balizado e inconfundible por el refugio que acoge y los rediles cercanos.
Nuestra ruta continúa a la izquierda de la edificación, ascendiendo junto a un pinar hasta el inicio del roquedo, momento en el que tuerce a la derecha. A partir de ahora, lo mejor es estar atentos a las señales que jalonan todo el recorrido hasta la cumbre. Es la mejor forma de no perdernos y evitar vernos inmersos en terrenos comprometidos.
El camino dibuja un par de amplios zigzag hasta una bifurcación, donde hay que continuar hacia la derecha, por una angosta senda entre espinos que sigue subiendo por el roquedo. Un poco más arriba, cruzamos una pequeño remanso herboso poblado de pinos, pero rápidamente el camino vuelve a discurrir entre rocas.
Un pasillo entre las peñas nos introduce en un hayedo, donde nos recibe un gran ejemplar con una de sus inmensas ramas caída en medio de camino. Sorteamos el obstáculo y seguimos subiendo por la senda, que busca en el lapiaz el camino más sencillo, sorteando hoyas y escalones rocosos, hasta un tramo herboso a los pies de la peña cimera. Superamos este último obstáculo por la izquierda para remontar sin más dificultades hasta su punto culminante, coronado por un vértice y un buzón.

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