sábado, 10 de abril de 2010

Laguna de Pitillas

Antiguamente, la laguna de Pitillas era conocida como la balsa de Sabasan. En el año 1348, en tiempos de la reina Juana II de Navarra y de su esposo Felipe III, conde de Evreux, los habitantes de Pitillas compraron el derecho a que sus ganados pudiesen abrevar en ella, a cambio de guardar el agua y la caza para los reyes y de pagar un impuesto de cuatro cahíces (equivalentes a 666 litros) de pan anuales. Aunque de origen natural, esta laguna está crecida gracias a la construcción de un dique, llamado localmente paredón, que regulaba la cantidad de agua embalsada.
Este tipo de balsas son muy comunes en esta zona de Navarra, donde las tierras esteparias de margas y arcillas miocénicas soportan altas temperaturas en verano (la media roza los 30ºC). El período de sequía empieza en junio y acaba a principios de septiembre; de ahí la importancia de las fuentes y balsas, que guardan el agua para los ganados hasta en los días más secos del año.
Estos paisajes esteparios y desarbolados estaban cubiertos, no hace tantos años, de carrascales o bosques de encinas mediterráneas. Las guerras napoleónicas y carlistas y las desamortizaciones acabaron con ellos. Hoy, sólo encontramos matorrales en los yecos o tierras no cultivadas. Y en las de labor, viñas, cereales y olivos, que rodean por todas partes a la laguna, declarada Refugio de Caza por la Diputación Foral de Navarra en 1976. Posteriormente, ha sido reclasificada como Reserva Natural.
Nuestro paseo empieza en el Centro de Interpretación, cuya azotea es el mejor mirador sobre la laguna. A lo lejos destacan las estribaciones de la sierra de Ujué, donde nacen las aguas del arroyo del barranco del Pozo Pastor, que alimentan a la laguna. Bordeando el dique, avanzaremos por una pista parcelaria que bordea la cerca vallada que protege la laguna.
Acabada la parcelaria, seguiremos bordeando la laguna por senderos y caminos más o menos marcados, que en épocas de lluvia se encharcan y dificultan el caminar. Los carrizales que rodean la laguna sirven de refugio a numerosas aves; entre las nidificantes, las garzas imperiales, los azulones o ánades reales, los aguiluchos laguneros, las fochas comunes, los carriceros tordales, las avefrías, las cigüeñuelas y los avetoros, cuyo profundo mugido, acorde con su nombre, escucharemos en las tardes y noches de mayo.
Por su belleza y vuelo elegante, destacan las garzas imperiales, de plumaje rojizo y negruzco. Migradora, llega a nuestras tierras en primavera, cría y vuelve a volar hacia el sur a partir de agosto. Se alimenta de peces, reptiles y anfibios y no desprecia los pollos de otras aves, los insectos, roedores como las ratas de agua o moluscos, que de todo ello hay en la laguna. Paciente, espera durante horas camuflada en los carrizales que la protegen. Un certero picotazo acaba con la vida de la presa.

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