miércoles, 23 de marzo de 2011

Altamira, capilla sixtina del arte rupestre

A medida que hasta los parajes más recónditos de la tierra pierden la emoción de lo desconocido, el llamado turismo subterráneo aumenta su atractivo. Primero fueron los espeleólogos y el espeleoturismo. Ahora llega el turismo de cuevas, la visita organizada a las entrañas de la tierra donde se despliega un universo de paisajes inimaginables y, en no pocos casos, el aliciente del arte rupestre.
La Península es un país muy rico en cuevas visitables. Cuenta con más de treinta mil cavidades conocidas, exploradas y topografiadas. Y la vecina Cantabria ofrece un espectacular patrimonio subterráneo con cientos de posibilidades. Sirva de ejemplo esta ruta que desgranaremos en los próximos días, que puede realizarse en un fin de semana de tres etapas rodeadas de atractivos suplementarios.
Comenzamos en Altamira, a dos kilómetros de Santillana del Mar, donde está esa capilla sixtina del arte rupestre que deslumbró al mundo a mediados del siglo pasado, provocando avalanchas de visitantes hasta que hubo que cerrarla al público para no destruirla irremisiblemente. Desde 2001, y probablemente por mucho tiempo aún, lo que vemos es una réplica, la llamada Neocueva, insertada en un elegante edificio del arquitecto Juan Navarro Baldeweg, tan verídica que consigue que olvides que es una reproducción de la original de hace 15.000 años. Relativamente pequeña (solo tiene 270 metros de longitud), la gran sala de pinturas polícromas representa la apoteosis del incipiente arte cuaternario.
El animal más representado es el bisonte. Hay 16 ejemplares de diversos tamaños, posturas y técnicas pictóricas. Junto a ellos encontramos caballos, ciervos y signos tectiformes, cuadrículas rectangulares que recuerdan la forma de un tejado, expresión de unas mentes que comenzaban a ejercer el pensamiento abstracto.
Las pinturas originales se hicieron con pigmentos minerales ocres, marrones, amarillentos y rojizos, mezclados con aglutinantes como la grasa animal. El contorno de líneas negras de las figuras se realizó con carbón vegetal. Se aplicaron con los dedos, con algún utensilio a modo de pincel y en ocasiones soplando la pintura a modo de aerógrafo. El relieve de la cueva y el raspado de ciertas zonas aportan a las imágenes gran movilidad y expresividad. Son tres sus figuras más famosas. El bisonte encogido, pintado sobre un abultamiento de la bóveda; la gran cierva, la mayor de todas las figuras representadas, de 2,25 metros, y el caballo ocre, situado en uno de los extremos de la bóveda.
"Después de Altamira, todo parece decadente", diría Picasso. La visita a la Neocueva de Altamira dura un par de horas. Está amenizada por recursos audiovisuales discretos que permiten hacerse una idea de cómo eran sus habitantes y cómo trabajaron los autores de las pinturas. Se ha realizado una restitución paisajística que se supone similar a la que existía durante el paleolítico superior.
Dejamos para mañana la seguda de las jornadas. ¡A seguid bien!

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