
La construcción impone por su descomunal altura y parece aún mayor porque no hay edificions de más de tres pisos a un kilómetro a la redonda.
Por dentro, el templo aturde por su recargado barroco, aunque los jardines colindantes ayudan a recuperar la respiración tras la visita de una nave de dimensiones modestas, nada que ver con la envergadura que apunta desde fuera. El paseo de dos kilómetros que lleva al casco urbano de Azpeitia está jalonado por otros edificios religiosos, como la casa de la espiritualidad.
La parte vieja del municipio guipuzcoano, muy castigada por abusos urbanísticos de los que no se libra nadie, se ciñe al esquema de las tres calles estrechas tan común en nuestros pueblos de Euskal Herria, donde destacan el palacete que alberga el Ayuntamiento, la plaza y edificios antiguos como la monumental Casa Enparan, muy próxima a la estación; el palacio Antxieta, con su fachada neomudéjar, y Basozabal, la más antigua de las construcciones nobles de la localidad.
Finalmente, merece la pena visitar la parroquia de San Sebastián de Soreasu, de oscuro origen templario pero reconstruida en el siglo XVIII.