lunes, 12 de abril de 2010

Acantilados de la Galea

Ocurrió hacia 1720. Una pertinaz sequía obligó a los vecinos de la zona de Getxo a sustituir sus molinos tradicionales de agua, situados a la orilla de los ríos, por molinos de viento similares a los manchegos. Uno de ellos fue el de Aixerrota, con cuerpo piramidal, techo de ramaje y eje móvil de cuatro aspas. Para finales de ese mismo siglo, dejó de funcionar ante la dificultad de su mantenimiento.
Los restos de la fortificación de La Atalaya, construida en el siglo XVIII para defender la costa de los corsarios. Arrancamos a caminar desde este molino, siguiendo un senderito paralelo al acantilado de La Galea y a la carretera que muere en Punta Galea. Hay vistas extraordinarias sobre el Abra y el superpuerto; el monte Serantes, al fondo; Punta Lucero, al oeste, y Arrigunaga a nuestros pies. Como otras playas del recorrido, ésta ha sufrido un curioso fenómeno de cementación de escorias de fundición, que durante años se vertieron en el mar y volvieron a las playas, para quedar allí fijadas junto a las arenas y los cantos.
En invierno, el viento azota con fuerza los acantilados, donde sólo los tamarises son capaces de desafiar su fuerza arrogante. Estos árboles están recuperando el frente costero, compartiéndolo con los pinos marítimos que la mano humana plantó. Los días de fuerte temporal atraen a las aves del norte, que aquí buscan reposo y alimento. Si miramos con atención, no será raro descubrir araos, alcas, éideres, colimbos y otras especies exóticas de aves marinas.
Cerca de Punta Galea se encuentra la Atalaya, también del siglo XVIII, construida para proteger la costa del Señorío de los corsarios británicos. Era de planta estrellada, con fosos, muros con barbacanas y una torre cilíndrica. Las abandonadas ruinas sirven de refugio a aves paseriformes como los colirrojos tizones, los chochines o los buitrones, que se refugian en sus setos espinosos. Las higueras recuerdan que Getxo fue famoso por la calidad de sus higos.
Superado el aparcamiento, empieza una calzada peatonal que lleva, por la costa, a Sopelana. Durante el último avance del mar, esta zona estuvo sometida a la acción del oleaje, y la erosión formó una superficie plana denominada rasa mareal. Cuando el mar retrocedió al nivel actual, dejó esta antigua línea de costa colgada sobre la costa actual, donde la marea baja deja ver a los seres bentónicos, animales y plantas que viven fijados en los estratos rocosos: actinias, lapas, gibulas, mejillones y balanos son muy comunes. Acaba nuestro paseo en las playas de Arrietara y Atxabirirbil, desde donde podemos regresar por el mismo camino o acercarnos a la estación de metro de Larrabasterra y apearnos en Bidezabal.

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