sábado, 16 de octubre de 2010

Hayedo de Balgerri

El bosque del Balgerri, a los pies del monte del mismo nombre, no sólo es el hayedo más extenso de Bizkaia; también se trata del más protegido y el que más especies vegetales atesora, lo que lo convierte en un destino privilegiado para estas fechas. Ahora que se retira el verano, con las hayas aportando la espesura y los acebos y serbales adornando el conjunto de color rojo navideño, este rincón se convierte en un espléndido regalo para la vista.
El bosque es accesible desde Lanzas Agudas, un barrio de Karrantza encaramado en una solana a 406 metros de altura, en la ladera de los montes de Ordunte. Si hace falta reunir fuerzas antes del paseo, el bar se encuentra en el centro mismo, justo al lado de la iglesia parroquial de Santiago. En un cruce, cerca de las últimas casas del barrio y con la iglesia, arriba, a la vista, encontramos un curioso panel con forma de vaca –el animal tótem del valle– que nos informa de todos los pormenores de la ruta: conviene hacer un alto para leer las detalladas instrucciones.
La marcha comienza por una pista ascendente de cemento que enfila al sur y nos adentra en el monte. El camino, pronto de gravilla, nos lleva al regato La Calleja, donde nos encontraremos con un cruce, el primero de los muchos que vamos a encarar. Continuamos por la izquierda, con Lanzas Agudas a nuestros pies y vistas a los caseríos de El Bierre, por donde luego regresaremos. La pista va ascendiendo suavemente hasta adentrarse en el hayedo cruzado por el arroyo Balgerri, que nace en los barrancos de los montes de Ordunte. El recorrido equivale a una completa lección de botánica: entre las hayas destacan, por su diferente follaje y distinta fecha de caída de las hoja, robles, alisos, fresnos, mostajos, tejos, acebos y serbales. La espesura sirve además de refugio a los milenarios tejos, con unas frutillas que aseguran son venenosas. Quizá sorprenda la escasa vida animal –visible– del bosque, a excepción de los pájaros y de alguna ardilla: haremos el camino en silencio, escuchando nuestros propios pasos y con la sensación de que pequeños ojos nos vigilan.
La pista, de tierra y embarrada a tramos, atraviesa varios arroyos. El más caudaloso es el Baulaya, que en épocas de lluvia puede resultar ‘divertido’ de cruzar. Al rato abandonamos la sombra y desembocamos en la ladera del monte El Bierre, donde un poco más abajo hay una granja. Ha terminado el recorrido por el hayedo y ahora estamos en un paraje desprovisto de vegetación: algunos marchadores dan por terminada la excursión en este paraje y se vuelven sobre sus pasos, pero nosotros seguiremos adelante. Nos tienta la idea de encontrar caballos salvajes en el recorrido.
Nos topamos con una barrera para ganado que cierra la ruta. También hay un sendero. Podemos optar por cualquiera de los dos, pues van a parar al mismo punto. Hay vistas excelentes sobre Peña Ranero, las moles de El Mazo y El Moro, los montes de Ordunte, el encinar de Sopeña en Armañón y la Virgen del Suceso, famosa por su romería. Seguimos hasta un nuevo cruce, elegimos la vía de la izquierda, vallada primero y luego protegida por una muralla, y alcanzamos la carretera a Bernales, con bonitos caseríos de estilo carranzano alrededor de la iglesia de San Pantaleón.
Cruzamos el barrio y vemos la indicación de Pando. Acercarse supone un kilómetro más de marcha por una pista en fuerte descenso, pero merece la pena por disfrutar de los bonitos caseríos con balconadas de madera y alguna solana, hornos de pan y una iglesia, la de San Juan Bautista. Es hora de volver a Bernales y Lanzas Agudas: para ello, caminamos por la carretera hasta tropezar, a la izquierda, con la pista de cemento que sube a El Bierre. Con Lanzas Agudas a la vista, atravesamos la granja y, entre prados, bajamos por una pista que se bifurca y continuamos por la izquierda hasta el punto de partida.
Tanto en Lanzas Agudas como en Pando y Bernales nos sorprenderá y quizá asustará la presencia vigilante de los perros villanos, raza de presa exclusiva del valle que se utilizaba para la captura de las vacas monchinas. Más allá de posibles sobresaltos, estos animales poco comunes pueden convertirse en un atractivo más del recorrido.

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