La cima de Ranero domina el macizo kárstico que se eleva sobre el valle de Karrantza enfrentado al Pico Moro. Entre ambas atalayas dibujan la más fotografiada de las estampas del valle vizcaíno, allí donde la prehistoria encontró cobijo para plasmar algunas de las más valiosas muestras de arte rupestre de Bizkaia.
La ascensión al Pico Ranero, pese a ser corta, ofrece un terreno de aventura en el que los caminos no son evidentes y donde el paisaje sugiere búsqueda y dificultad.
El sendero que se aproxima al Pico Ranero arranca junto al centro de visitantes de la cueva de Pozaluaga. La rampa de ascenso a éste ha hurtado los primeros pasos al sendero que debe ahora buscarse tras la valla del camino hormigonado. Entre zarzas y muy poc marcado avanza al Noroeste un impreciso trazado que debe esquivar algunas rocas antes de alcanzar el collado de Valseca. Al otro lado del portillo el panorama es magnífico prolongándose hasta la costa de Cantabria.
Hemos llegado hasta el colado por ver el paisaje, pero hay que retroceder un poco -unos 200 metros- para tomar un sendero que flanquea la ladera al Sur-Suroeste bajo la cresta del Valseca buscando el paso sobre pequeñas praderas entre un caos de roca caliza. En breve y tras un corto repecho, en el que se debe pasar un portillo de roca, el sendero se dibuja escasamente sobre agradables praderas que se asoman hacia el Pico Ranero.
Estamos caminando sobre las entrañas huecas de la montaña que esconde la Torca del Carlista y la Cueva de Pozalagua, aunque nada hace sospecharlo en la superficie. El sendero alcanza un pequeño rellano bajo el mismo Pico Ranero. Girando a la derecha con rumbo Norte, basta trepar las calizas afiladas que nos separan de la cima para coronarla.
Pero este objetivo no puede ser suficiente; hay que llegar a asomarse sobre el valle desde el extremo del macizo, donde éste cae a pico hacia el río. Entonces hay que seguir desde el rellano hacia el Suroeste atravesando un vallecito herboso y remontando al otro lado un reborde de rocas. Con cuidado, se puede asomar la nariz sobre las murallas tentadas por los escaladores y acariciadas casi siempre por el planeo de los buitres. Abajo, en una mirada de vértigo, se descubren algunos tejados solitarios y el Karrantza, que se oculta entre la vegetación mientras la silueta de El Mazo parece desafiar en compwetencia al Ranero
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